
Articulo escrito por Raquel Berrocal
Miércoles, 6 de Junio de 2009 11:17
En este mayo infame repleto de noticias funestas sobre píldoras, abortos y otros desvaríos colectivos, cuando ya creíamos que no era posible rebasar los límites de la necedad humana, una noticia insignificante vino a colmar la desolación de los pocos cristianos supervivientes que quedan en la vieja Europa. Alguien tuvo una de esas ideas “geniales” con las que aspira a cubrirse de gloria pero que acaba siendo otro signo de los tiempos oscuros y decadentes que vivimos. Las campanas de la catedral de Liverpool tañeron al compás de la canción “Imagine” de John Lennon. Aprovechando no sé qué festival cultural que se celebraba en la ciudad, a alguien le pareció buena idea que la campana repicara al son del himno internacional del ateísmo: “Imagina que no hay Cielo, es fácil si lo intentas. Debajo no hay Infierno, y encima sólo el cielo”.
Los responsables, claro, se cuidaron mucho de puntualizar que no compartían su filosofía, pero que había pesado más el poderoso argumento del lirismo de la letra, asociada al pacifismo. De hecho, muchos la conocen como el himno pacifista por excelencia. Sin duda porque no saben inglés. O porque no están de acuerdo con la idea de paz que Dios tiene:
Imagina que no hay Cielo, es fácil si lo intentas. Ningún Infierno debajo de nosotros, encima sólo el cielo azul. Imagina a todas las personas, viviendo para hoy. Imagina que no hay países, no es difícil. Nada por lo que matar o por lo que morir, ni tampoco religión. Imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz... Imagina que no hay posesiones, no sé si puedes. No hay codicia ni hambre. Una hermandad de hombres. Imagina a todas las personas compartiendo el mundo.
Como si todas las utopías de paz e igualdad entre los hombres que ha habido a lo largo de la historia no hubieran existido: de hecho han fracasado. Como si no supiéramos que, aun teniendo “paz”, libertad, bienestar y algo de poder adquisitivo, algo sigue sin funcionar dentro de nuestras ricas sociedades occidentales: véase el ejemplo de nuestros adolescentes, que lo tienen todo y son inmensamente infelices. Como si no fuera una contradicción que el autor de esta letra tan ilusa diera ejemplo de su “paz” interior poniéndose ciego de sustancias alucinógenas legales e ilegales. Como si no fuera una terrible mentira, aparte de una estupidez, vivir como si no hubiera futuro, sin prepararse para el día en que cada uno de nosotros será llamado “a dar cuenta a Dios de sí mismo”. Imaginar que no iban a hundirse no iba a mejorar la situación de los pasajeros del Titanic, por muy poético que pareciese el sueño. Nuestra realidad es así de inexorable, por mucho que imaginemos que nuestros cuerpos son inmortales y nos entretengamos, mientras suena la melodía al piano, hablando de paz y amor… Y el Plus para el salón, si puede ser.
Pero dejando aparte la propia necedad de la letra, el hecho de escucharla amplificada por las campanas de una catedral anglicana se me antoja una inmensa metáfora –sonora– de la Iglesia actual. La Iglesia de Inglaterra, en la que vivieron hombres y mujeres de una pieza como Latimer, Ridley, Cranmer o Lady Jane Grey, que con una sola palabra pudieron haber salvado sus vidas pero tuvieron el coraje de no negar a Cristo a pesar de las consecuencias, hoy se muere por tener relevancia cultural. No sólo ha dejado de proclamar su propio mensaje, sino que se presta a funcionar como amplificador del mensaje opuesto: “No moriréis, seréis como dioses”.
El que inspiró la letra a Lennon debe de estar, sin duda, más feliz que una perdiz. La sal, por fin, ha perdido su sabor, y no han hecho falta más hogueras ni cárceles para lograrlo. La mayoría de las iglesias –de cualquier denominación cristiana– se han convertido en agradables clubs sociales donde pasar los ratos de ocio con actividades diversas, basadas en la paz ñoña, el amor universal de un Dios-Santa Claus que nunca se enfada, y la creencia tolerante –y antibíblica– en la bondad interior del ser humano. Podemos cantar canciones de los Beatles, incluir pastores homosexuales y pastoras lesbianas en nuestra gran hermandad, eliminar los temas desagradables que en el pasado nos separaban de los demás, y vivir nuestro buen rollo “con propósito”, todo en nombre de un Jesús hippie que está deseando ser tu coleguita. El “Imagine” de Lennon se ha hecho realidad delante de nuestras propias narices.
Si alguien preguntara por quién doblan las campanas cuando tocan el “Imagine”, podría decirse con toda propiedad que están tocando a muerto: el cadáver, de cuerpo presente, es esa parte del Cristianismo a la que el Señor, como a la iglesia de Sardis, tiene que decirle: “Tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Apocalipsis 3:1).
Afortunadamente, si metes la cuchara por otro sitio en este gran guiso que es el mundo, comprobarás que aún está sabroso, que la sal está en su punto. En cada ciudad donde un hombre de Dios predica la locura de la Cruz domingo tras domingo, año tras año sin cansarse; en los mercados, las oficinas y las escuelas donde hay rebeldes con causa que se atreven a señalar la maldad llamándola por su nombre aunque no sea “progresista”; en las cocinas y los cuartos infantiles donde un ejército de madres de Dios anónimas enseñan a orar a los Luteros de mañana. Hay zonas donde el guiso está tan exquisito que, verdaderamente, sabe a gloria. Ya desde lejos, huele que alimenta. Se adivina la mano maestra del Chef. La banda sonora que se escucha aquí no tiene nada que ver con los ritmos sesenteros y se tararea bajito, mientras se trabaja, una melodía que no habla de imaginaciones sino de realidades: la vida verdadera, la gracia más sublime, el rescate más costoso, la mano que nos espera al otro lado de la eternidad.
Los agentes especiales de Dios, dispersos por los lugares insignificantes del mundo, a veces derribados pero no destruidos (2 Corintios 4:9), calificados por Lennon como “tontos y vulgares”, continúan, gracias a Dios, construyendo para la eternidad. El simpático muchacho de Liverpool que, con una sonrisita burlona, comentaba que no sabía qué desaparecería antes, si el rock-and-roll o el cristianismo, con toda seguridad ya habrá salido de dudas.
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